sábado, 27 de junio de 2009

El curioso caso de Benjamin Button


Cada película de David Fincher es una pieza de relojería. Un glorioso perfeccionismo envuelve a la multiplicidad de ornamentos técnicos y dramáticos que convergen en sus filmes. Tal vez se podría hablar de una visión panorámica o un carácter trascendental. Zodiac, por ejemplo, fue un majestuoso ejercicio de meticulosidad narrativa, matemático y sin aspavientos, donde toneladas de ideas, informaciones y posibles tonalidades aterrizaron en un relato frío y pulcro de una precisión admirable. Un proyecto como El curioso caso de Benjamin Button requería en su estructura de aquella minuciosidad inteligente, calculadora e intuitiva, pero también precisaba de una óptica tradicionalista, austera y emotiva; elementos ajenos a la gama de registros ostentados por Fincher.

El guión de Eric Roth adereza con belleza, magnificencia y algo de humor una premisa ingeniosa, original y digna de múltiples lecturas, cuyo mérito exclusivo recae en el autor del cuento en que se basa: Francis Scott Fitzgerald. Un hombre nace anciano y rejuvenece a lo largo de su vida. Qué curioso. Pero también simbólico, misterioso, hermoso. La adaptación del relato enfatiza la vida y muerte de Benjamin Button, su trayecto existencial. Naturalmente el romanticismo, el sufrimiento y la melancolía ocupan un lugar de privilegio en una narración de estas características. La metáfora encarnada en Button es bella y poética; está presente la idea del perdón, del olvido, del tiempo y sus paradojas. La historia carece, no obstante, del atrevimiento propio de David Fincher. Es una oda a la vida, optimista y nostálgica, donde reina el sentimentalismo y lo políticamente correcto, lo cual no es necesariamente malo.

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